A veces me siento
como una gigante roja
que tras soltar su energía
y llenarlo todo de ella
vuelve a ser lo que era
o menos aún
hasta el punto de desvanecerse.
Las calles ya no son tan frías
como yo lo sigo siendo,
o como intento ser
desde hace tiempo.
Es imposible
evitar lo inevitable,
el paso que se avanza
no se puede retroceder.
Una vez más,
tras abrir la alacena
y dejar a alguien trastearla,
se queda vacía,
sin nada nuevo que
hayan podido aportar.
Las nubes no se acumulan fuera,
sino en mi garganta
en un tránsito hasta su muerte,
trágico e irónico final
en mis ojos,
donde van a descargar
el cúmulo de curiosos,
inútiles e idiotas,
que vienen a llorar
a mi orfanato.
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