6.11.13

El día en que decidió llorar III.

"Había despertado un poco absorta diría, nostálgica, si queremos llamarlo por su nombre.

Preguntas como: ¿Qué día es?, ¿qué pasa conmigo?, ¿dónde estoy?, eran frecuentes en mi vocabulario noctámbulo, eran frecuentes en toda mi concepción de vida –si es que podía llamarle a eso vida-.

¿Y a qué iba con todo esto? ¿Cuál era la gracia?
Si, ninguna de mis preguntas tenía una respuesta concreta, no había alma para toda esa piel colgante a mi alrededor, no había visión en mis ojos, era como estar muerta o casi muerta, quién sabe, son esos conceptos en los que siempre erramos, supongo que por eso busqué ayuda “profesional”, diría que cuando uno se siente desesperado trata de sobrevivir como puede, afirmándose de cualquier cosa, con uñas y dientes si es necesario, como el creyente que jura fidelidad a Dios sólo hasta cuando las cosas le salen bien. Cuando comienzan malas rachas se olvidan del gran ente al que se encomendaban anteriormente y se deshacen de toda fe, somos poco consecuentes en estos sentidos y a mí me pasaba lo mismo, no creía en un desconocido para tratar mi “trauma”, desesperanza, depresión, o como quieran llamarlo. Yo diría que estaba absorta en mi precipicio, pero no en cualquiera, sino en uno incómodo, lleno de humo a los alrededores, un precipicio que me estaba carcomiendo, un precipicio llamado rutina, una rutina que me había vuelto insensible, una insensibilidad que se había vuelto parte de mi “yo superficial” y que se había encomendado a la tarea de destruir mi “yo intelectual, espiritual, y todo lo profundo que viniese con ellos”.


Puede que la superficialidad sea más fácil de llevar, pero ¿te hace feliz?, ¿estás seguro?"

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