Para empezar,
digamos que no eras fácil,
y yo mucho menos.
Llegué a cansarme de las sombras,
y mis cadenas me hacían creer
que estaba rodeada de ellas.
Una vez, sólo una vez,
me liberé.
Vi el fuego, y lo sufrí.
Vi la luz, y la sufrí aún más.
Desde entonces,
volví a la cueva,
a rodearme de sombras
y así
acabar convirtiéndome
en una
-metafóricamente hablando-.
Un día,
no sé cómo ni por qué,
sentí que tú no eras una sombra;
fue el temor
a las repercusiones
lo que me impidió salir
de aquella cueva
otra vez.
Por eso no hablo de un
nosotros,
y seguramente nunca lo haré.
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